Lo Que Los Muertos Saben

Lo Que Los Muertos Saben

Author:Laura Lippman
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-11-07T00:00:00+00:00


Capítulo 22

—¿Estarás bien? ¿Seguro?

—Seguro —dijo ella, pensando: «Vete, vete, por favor»—. Si Seth no quiere irse, puedo cuidar yo de él.

—¡Bien! —exclamó el chico, mientras Kay respondía.

—¡Cómo se me iba a ocurrir imponerte una cosa así!

«Lo que no se te ocurriría es correr un riesgo así. Pero no importa, Kay. Tampoco yo me confiaría a mí misma el cuidado de ningún niño. Me he ofrecido a hacerlo para que no sospecharas de mis intenciones.»

—¿Te importa que me quede en la casa, viendo la televisión?

Notaba que Kay no tenía ganas de ofrecerle una hospitalidad que llegara hasta esos extremos. Kay no se fiaba de ella, y hacía bien desconfiando, aunque no se diera cuenta. Hubo en Kay una breve lucha interna, pero al final triunfó el espíritu de justicia. A ella le encantaba Kay, una persona que siempre haría lo más adecuado, lo correcto. Sería fantástico ser como Kay, pero ella no podía permitirse lujos como la amabilidad o el espíritu de justicia.

—Desde luego que no. Y si quieres comer alguna cosa...

—¿Después de una cena tan maravillosa? —Se dio unos golpecitos en el estómago—. No soy capaz de tragar nada más.

—Se necesita haber estado dos días en el hospital para decir que la comida para llevar de Wung Fu es maravillosa.

—Mi familia iba a ese restaurante chino. Bueno, ya sé que no es exactamente el mismo ni lo lleva la misma gente. Pero cuando nos dirigíamos en coche hacia allí me acordé de cuando nosotros íbamos.

Kay la miró con escepticismo. Tal vez estaba exagerando la nota, pero era verdad, esa parte era verdad. Quizás había llegado al punto en el que las mentiras que contaba eran más auténticas que las verdades. ¿Era consecuencia de haber vivido tantísimo tiempo una mentira?

—Salsa de pato —dijo, tratando de no atropellarse al hablar, de no parecer demasiado animada—, de pequeña yo pensaba que era algo que salía de los patos, como la leche salía de las vacas. Estaba convencida de que, si un día nos levantábamos muy temprano e íbamos al parque de Woodlawn, encontraríamos a los chinos ordeñando a los patos. Los imaginaba con sus sombreros de paja, dios mío, los llamábamos sombreros de culi. ¡Qué racistas éramos en aquellos tiempos!

—¿Por qué? —preguntó Seth.

A ella le gustaba aquel niño, y también le caía bien Grace, casi a pesar suyo. Por lo general despreciaba a los niños, le fastidiaban. Pero los de Kay eran cariñosos, poseían una amabilidad heredada o aprendida de su madre. Dependían muchísimo de ella, debido tal vez al divorcio.

—Porque éramos unos ignorantes. Y probablemente, dentro de treinta años, hablando con un niño, tengas que reconocer algo parecido delante de él, y el niño tendrá la sensación de que lo que tú dices ahora, tu forma de vestir y de pensar, resulta increíble.

Supo, viendo la expresión de Seth, que no le había convencido, pero era un crío muy educado que ni soñó en la posibilidad de contradecirla. Él pensaba que su generación lo haría todo bien, que sería perfecta en todos los sentidos, que desvelaría todos los misterios.



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